Luego de 13 años, Gisela Ponce de León vuelve a darle vida a Rachel Corrie en un unipersonal dirigido por Nishme Súmar. La obra está basada en las cartas y documentos de Rachel Corrie, una activista estadounidense llena de sueños que deja la universidad para irse a vivir a la Franja de Gaza.
Es ahí donde se une a un grupo que protesta de manera pacífica para evitar la destrucción de los hogares de refugiados palestinos. Esta historia es más actual de lo que imaginé, pues ocurrió en 2003. Palestina está en guerra con el ejército israelí, y sus habitantes, junto a los voluntarios extranjeros, respondían suplicando paz.
He visto a Gisela en varias obras, es una actriz versátil. En esta obra en particular, reconozco su esfuerzo por estar casi hora y media de corrido sola en el escenario, cambiando de estados de ánimo constantemente y manteniendo siempre la misma energía; es desgastante física y mentalmente. Por más que te guste el teatro, recuerda que esta adaptación es un drama algo lento e intenso. Si no estás acostumbrado a este tipo de obras, quizá te parecerá un poco densa.
Por tratarse de un unipersonal, la escenografía juega un papel importante. En este caso, el sonido y manejo de luces son un buen complemento para acompañar los relatos de Rachel. Sin dar spoilers, el final es predecible, pero no por eso deja de ser impactante.
Un dato interesante, es que tanto Gisela como Nishme tienen ascendencia palestina. Creo que, de alguna manera, ello ayudó a que se compenetren mucho mejor con el tema y le tengan un cariño especial a esta obra.
Mi nombre es Rachel Corrie está en sus últimas semanas en el Teatro La Plaza y puedes comprar tus entradas en Joinnus. ► http://bit.ly/39vl7lQ